Descartan la conexión entre los guanches y culturas mediterráneas históricas
El profesor del Departamento de Prehistoria, Arqueología, Antropología e Historia Antigua de la Universidad de La Laguna José A. Delgado sostiene que no hay conexión histórica alguna de Canarias con los pueblos mediterráneos clásicos, tales como fenicios, púnicos o romanos, más allá de lo anecdótico. La aseveración de Delgado, realizada a través de un escrito publicado en la revista del referido departamento, Tabona, supone un serio aldabonazo contra las versiones que siempre buscaron ese nexo desde prácticamente los tiempos de la Conquista.
“El estudio del contexto general demuestra de forma irrefutable que la frontera extrema (tanto a efectos de ocupación como de explotación de recursos) de la Mauritania atlántica se situó para fenicios, púnicos y romanos en la posición de Sala, esto es, en el paralelo 34”. Así de rotundo concluye Delgado su escrito, apuntando eso sí como notable “aunque única” excepción el asentamiento de Mogador, ya a la altura del paralelo 31.
Ello no implica que tales pueblo desconocieran lo contrario, pero el hecho de que supieran de la existencia de nuestro Archipiélago no significa que existiera un nexo intercultural o político. “El estudio de las fuentes permite establecer, por otro lado, que la costa atlántica que se extendía al sur del paralelo 34 y hasta la latitud de las Islas Canarias no era del todo desconocida en el mundo mediterráneo”, detalla Delgado, para quien “la frecuentación fenicia de Mogador durante la época arcaica, el reconocimiento de la fachada atlántica por las autoridades romanas tras la caída de Cartago y la ocupación de nuevo del islote africano a partir del siglo I a.e., pudieron haber promovido alguna pequeña empresa exploratoria en torno a las aguas canarias” sin que descarte arribadas fortuitas.
“Los marcados límites de la documentación existente, así como su naturaleza -insiste el autor- obligan sin embargo a pensar que estos contactos fueron muy localizados en el tiempo y, desde luego, sin consecuencias económicas ni de ningún otro tipo para los navegantes mediterráneos”.
Sin duda, uno de los datos fundamentales que dan sentido a la tesis de Delgado pasa porque “la ausencia de recursos explotables en condiciones económicamente aceptables y las dificultades técnicas de una viaje de esta naturaleza debieron desanimar pronto a los visitantes”.
También el profesor se apoya en “el relativo aislamiento de las poblaciones insulares”, que a su parecer “parece probar, de forma independiente, que los contactos con marinos mediterráneos debieron ser extremadamente puntuales e igualmente sin consecuencias en la forma de vida de los aborígenes”.
Aunque recuerda explícitamente que la polémica acerca del origen de los antiguos pobladores de Canarias no es el tema que se trata, Delgado recuerda que lo aprendido con otras poblaciones insulares del océano Pacífico demuestran que no necesariamente requirieron de apoyo de otra civilización para navegar hasta las Islas.
El erudito, que arranca su trabajo recordando que el propio Plinio ya sospechaba sobre la autenticidad de los relatos acerca de las Hespérides, su benigno clima y su maná de productos naturales, incide especialmente en la necesidad que tuvieron los cronistas de la Conquista en vincularlas “directamente a la Antigüedad grecolatina (y, en menor medida, semita)”, una interpretación histórica “que convenía a los poderes coloniales, que necesitaban justificar sus derechos de conquista, dominio y explotación sobre los archipiélagos atlánticos”.
“Canarias nunca fue para las civilizaciones de la Antigüedad más que un remoto archipiélago en los confines meridionales de la costa atlántica africana del que se tenían unas muy vagas e imprecisas noticias. En estas condiciones se comprende bien que las tradiciones legendarias sobre las Islas de los Bienaventurados, las Afortunadas o los Campos Elíseos fueran convenientemente emplazadas en las islas, pues las dotaban así de una entidad de la que carecían”, concluye Delgado.
Canarias fue poblada por tribus rebeldes deportadas por Roma
El arqueólogo José Juan Jiménez sostiene que las islas Canarias se poblaron así en el Mundo Antiguo
ana santana/efe 29.04.2014 | 18:03
A inicios de nuestra Era, Roma deportó a miles de personas, miembros
de tribus norteafricanas insurrectas, como medida ejemplar, punitiva,
para desarraigarlas y colonizar nuevos territorios. El arqueólogo José
Juan Jiménez sostiene que las islas Canarias se poblaron así en el Mundo
Antiguo.
José Juan Jiménez, que es el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, expone su investigación en el libro "La tribu de los Canarii. Arqueología, Antigüedad y Renacimiento", publicado por Le Canarien Ediciones, para el que ha utilizado gran número de datos sobre África del Norte y el archipiélago.
Este ensayo científico abarca fuentes escritas grecorromanas, hallazgos arqueológicos, información geográfica, paleoambiental, etnohistórica y etnología tribal, en «una visión actualizada de un ámbito continental y archipielágico dinámico», señala el arqueólogo.
Los Canarii son un grupo étnico norteafricano que, en este libro, el autor sitúa en dos momentos y lugares para mostrar su evolución y adaptación como sociedad históricamente documentada.
José Juan Jiménez ha profundizado en la deportación de colectivos tribales durante la Antigüedad, grupos humanos desconocedores de la navegación que debieron ser trasladados a las islas desde el vecino continente a comienzos de nuestra Era.
Detalla que en el siglo I los indígenas norteafricanos que no aceptaban la paz con Roma se trasladaron a las montañas y comenzaron las hostilidades contra el Imperio.
Para mitigar esta segunda insurrección el emperador Claudio envió a Suetonio Paulino, el primer jefe romano en traspasar la cordillera del Atlas y describir los parajes donde alcanzó a los miembros de la tribu de los Canarii.
El experto añade que en época romana las tribus irredentas sometidas eran deportadas a otros enclaves situados a centenas de kilómetros, con la aquiescencia del Senado Romano, y se desplazó a miles de personas por rutas terrestres y marítimas.
«Una medida ejemplarizante para desarraigarlas sin esperanza de retorno y también para colonizar nuevos territorios», precisa José Juan Jiménez, quien afirma que «en Canarias hay que diferenciar a los pobladores que se quedaron a vivir en las islas de quienes les transportaron desde el continente».
Los primeros dejaron su huella arqueológica de raigambre líbico-bereber, los otros no edificaron anfiteatros, termas o acueductos ni se establecieron permanentemente, puntualiza.
El conservador del Museo Arqueológico detalla asimismo que los Canarii ya no vivían en la prehistoria, pues nomenclaturas y significados se asentaron a medida que los conocimientos geográficos «dieron paso a la realidad dejando atrás los mitos».
Para el especialista «una cosa es el nombre Canaria dado a Gran Canaria desde la época de Juba II y otra la posterior denominación Canaria dada a la isla por la tribu a la que pertenecían sus primeros pobladores».
El primer nombre es latino y procede del hallazgo de canes marinos o focas monje en dicha isla en el siglo I a.C.; el segundo es de estirpe líbica, latinizado en su terminación y referido a la tribu cuyos miembros habrían sido trasladados desde el norte de África hasta Gran Canaria en el siglo I d.C.
Una vez allí, la adaptación y evolución acaecida en los siguientes 1.300 años «tipificó la personalidad insular de los Canarii, cuya huella quedó en la arqueología, en los documentos, en la lingüística y en el territorio, entre la Antigüedad y el Renacimiento», apunta el experto.
Jiménez expone también en su libro aspectos de la vida cotidiana de los Canarii, como sus actividades productivas, reproductivas, los asentamientos, la demografía, estructura de poder, normas matrimoniales, orden jurídico y etnoastronomía.
Sobre esta última cuestión apunta que el culto astral les conminó a construir, orientar y alinear emplazamientos para establecer sus calendarios, organizarse y transmitir su conocimiento a las siguientes generaciones mediante la experiencia y la tradición oral.
Además, el arqueólogo se refiere en su estudio al primitivo cristianismo norteafricano y, concretamente, al obispado de Bacanaria, cuyo titular llamado Palladius bacanariensis fue mandado al exilio por los vándalos en el año 484.
Propone que esta sede episcopal estaba adscrita a la Mauretania Tingitana (actual Marruecos) y la ubicación de la tumba del obispo, exhumada tras las excavaciones afrontadas en las ruinas de la antigua Basílica de Theveste (actual Argelia).
"Es decir el nombre tribal fue vuelto a citar a fines del siglo V en un listado de prelados exiliados por el rey Hunerico, lo que ratifica la existencia de esta tribu así como del resto de grupos étnicos", afirma Jiménez, quien precisa que este lista se incluye en el documento "Noticias de la persecución vandálica en el norte de África", informa EFE.
José Juan Jiménez, que es el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, expone su investigación en el libro "La tribu de los Canarii. Arqueología, Antigüedad y Renacimiento", publicado por Le Canarien Ediciones, para el que ha utilizado gran número de datos sobre África del Norte y el archipiélago.
Este ensayo científico abarca fuentes escritas grecorromanas, hallazgos arqueológicos, información geográfica, paleoambiental, etnohistórica y etnología tribal, en «una visión actualizada de un ámbito continental y archipielágico dinámico», señala el arqueólogo.
Los Canarii son un grupo étnico norteafricano que, en este libro, el autor sitúa en dos momentos y lugares para mostrar su evolución y adaptación como sociedad históricamente documentada.
José Juan Jiménez ha profundizado en la deportación de colectivos tribales durante la Antigüedad, grupos humanos desconocedores de la navegación que debieron ser trasladados a las islas desde el vecino continente a comienzos de nuestra Era.
Detalla que en el siglo I los indígenas norteafricanos que no aceptaban la paz con Roma se trasladaron a las montañas y comenzaron las hostilidades contra el Imperio.
Para mitigar esta segunda insurrección el emperador Claudio envió a Suetonio Paulino, el primer jefe romano en traspasar la cordillera del Atlas y describir los parajes donde alcanzó a los miembros de la tribu de los Canarii.
El experto añade que en época romana las tribus irredentas sometidas eran deportadas a otros enclaves situados a centenas de kilómetros, con la aquiescencia del Senado Romano, y se desplazó a miles de personas por rutas terrestres y marítimas.
«Una medida ejemplarizante para desarraigarlas sin esperanza de retorno y también para colonizar nuevos territorios», precisa José Juan Jiménez, quien afirma que «en Canarias hay que diferenciar a los pobladores que se quedaron a vivir en las islas de quienes les transportaron desde el continente».
Los primeros dejaron su huella arqueológica de raigambre líbico-bereber, los otros no edificaron anfiteatros, termas o acueductos ni se establecieron permanentemente, puntualiza.
El conservador del Museo Arqueológico detalla asimismo que los Canarii ya no vivían en la prehistoria, pues nomenclaturas y significados se asentaron a medida que los conocimientos geográficos «dieron paso a la realidad dejando atrás los mitos».
Para el especialista «una cosa es el nombre Canaria dado a Gran Canaria desde la época de Juba II y otra la posterior denominación Canaria dada a la isla por la tribu a la que pertenecían sus primeros pobladores».
El primer nombre es latino y procede del hallazgo de canes marinos o focas monje en dicha isla en el siglo I a.C.; el segundo es de estirpe líbica, latinizado en su terminación y referido a la tribu cuyos miembros habrían sido trasladados desde el norte de África hasta Gran Canaria en el siglo I d.C.
Una vez allí, la adaptación y evolución acaecida en los siguientes 1.300 años «tipificó la personalidad insular de los Canarii, cuya huella quedó en la arqueología, en los documentos, en la lingüística y en el territorio, entre la Antigüedad y el Renacimiento», apunta el experto.
Jiménez expone también en su libro aspectos de la vida cotidiana de los Canarii, como sus actividades productivas, reproductivas, los asentamientos, la demografía, estructura de poder, normas matrimoniales, orden jurídico y etnoastronomía.
Sobre esta última cuestión apunta que el culto astral les conminó a construir, orientar y alinear emplazamientos para establecer sus calendarios, organizarse y transmitir su conocimiento a las siguientes generaciones mediante la experiencia y la tradición oral.
Además, el arqueólogo se refiere en su estudio al primitivo cristianismo norteafricano y, concretamente, al obispado de Bacanaria, cuyo titular llamado Palladius bacanariensis fue mandado al exilio por los vándalos en el año 484.
Propone que esta sede episcopal estaba adscrita a la Mauretania Tingitana (actual Marruecos) y la ubicación de la tumba del obispo, exhumada tras las excavaciones afrontadas en las ruinas de la antigua Basílica de Theveste (actual Argelia).
"Es decir el nombre tribal fue vuelto a citar a fines del siglo V en un listado de prelados exiliados por el rey Hunerico, lo que ratifica la existencia de esta tribu así como del resto de grupos étnicos", afirma Jiménez, quien precisa que este lista se incluye en el documento "Noticias de la persecución vandálica en el norte de África", informa EFE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario