ADIOS A LA TARDE
Me gusta tu piel cubierta de sudor después del sexo. Tiene algo animal, primitivo, que empuja mis dedos a recorrerla con calma, arrastrando la humedad, mientras dibujo formas erráticas sobre tu espalda. Algo que me amarra a ti.
El calor de tu cuerpo en el mío, los dos enredados entre las sábanas blancas, es mayor que el de la caída de la tarde.
Te dejo dormitar, perdido en el sopor decadente, y apoyo mi mejilla en tu espalda para extraer coraje. Tú eres valiente para enfrentar la realidad fuera de las cuatro paredes de esta habitación y volver al trabajo, a la rutina, a las responsabilidades. Yo no. Soy una cobarde. Yo sería feliz en una isla del Caribe con un vestido de hierbas, alimentándome de agua, peces y cocos, y bailando a la luz de la luna. La vida pesa demasiado.
Te dejo dormitar, perdido en el sopor decadente, y apoyo mi mejilla en tu espalda para extraer coraje. Tú eres valiente para enfrentar la realidad fuera de las cuatro paredes de esta habitación y volver al trabajo, a la rutina, a las responsabilidades. Yo no. Soy una cobarde. Yo sería feliz en una isla del Caribe con un vestido de hierbas, alimentándome de agua, peces y cocos, y bailando a la luz de la luna. La vida pesa demasiado.
—Tenemos que ponernos en marcha —murmuras, soñoliento.
—Aún es pronto —suplico, aferrándome a ti en un intento desesperado de alejar lo inevitable.
Me acoges en tu pecho y me refugio en tu abrazo. Cierro los ojos con fuerza porque quizá así desaparezca el reloj, eterna espada de Damocles. Necesito que los minutos se transformen en horas, e ignoro la sensación latente que me empuja hacia lo que debo hacer. Que no es lo que quiero.
Se escucha el romper de las olas sobre la arena, el sol arranca matices dorados a tu piel caliente, y el viento suave levanta tu aroma masculino, mezcla de sexo y perfume, que espolea de nuevo mi deseo. Tú sientes lo mismo. Lo veo en tu mirada lasciva, en la sonrisa que me invita y en los movimientos perezosos de tu mano sobre uno de mis pechos.
—No tenemos tiempo. —La que habla no soy yo. Yo estoy en la playa, desnuda, con los brazos en alto, el pelo al viento y hundiendo los pies en la arena en una danza salvaje junto a ti.
—Aún es pronto —me devuelves, y te sitúas entre mis piernas.
Haces que me rinda con facilidad, haces que el reloj desaparezca, eres peligroso. Pero vale la pena. Aunque el resto del tiempo tu piel esté seca, cubierta de ropa sobria y elegante y a miles de kilómetros de mí.
Cuando llegamos al aeropuerto tienes que correr o perderás el vuelo: están anunciando ya el embarque.
Cuando llegamos al aeropuerto tienes que correr o perderás el vuelo: están anunciando ya el embarque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario