domingo, 7 de junio de 2015

DUELE EL ALMA, LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO.

Duele el alma. La pérdida de un ser querido.

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Buenos días
Este artículo tiene como objetivo proporcionar información de los procesos psicológicos a los que generalmente nos enfrentamos ante la pérdida de un ser querido.



Algo que duele y mucho.
Un dolor que desgarra las entrañas, y hace perder el sentido de la propia vida en muchas ocasiones.
Tarde o temprano todos nos enfrentamos a esta etapa de la vida porque todos estamos aquí de paso.
 
La muerte es irremediable para todos desde que nacemos y por ello debemos estar preparados para aceptarla cuando llegue, sin vivir obsesionados por ello, aprovechando cada momento que la vida nos regala a nosotros y junto a nuestros seres queridos.


La finalidad de este texto de hoy es conocer las etapas del duelo para ayudarnos y poder sostenernos a nosotros mismos y ayudar a otras personas que estén pasando por este proceso tan doloroso, en el que las sensaciones y emociones son tan intensas y confusas que sentimos perder la cordura.

La duración e intensidad del duelo van a depender de las condiciones que rodearon a la muerte, es decir si ha sido una muerte más o menos inesperada. Si la muerte es repentina, el shock y la negación perdurarán más tiempo. Si la muerte es esperable o inevitable el duelo puede darse desde tiempo antes de que ésta se produzca y culminar cuando se produce efectivamente la muerte.

No hay un tiempo estimado fijo, pero lo normal y esperable es una duración de entre 6 meses y un año. Es decir será necesario vivir todas las fechas una primera vez sin la persona querida, tal como su cumpleaños, Navidades, vacaciones de verano, aniversarios y otras fechas significativas.
Puede ocurrir que después de uno o dos años persistan signos y síntomas del duelo, e incluso puede suceder que permanezca toda la vida.

Pero los duelos normales se resuelven finalmente, logrando, recuperar el ánimo productivo.
Generalmente a los 2 meses del fallecimiento, los signos y síntomas más agudos suelen ir perdiendo fuerza, pudiendo la persona adaptarse mejor a funciones vitales como recuperar el sueño, el apetito y el funcionamiento normal.

Para enfrentarse a este dolor, es importante reconocer desde el principio que fácilmente tendremos tendencia a idealizar lo vivido, a magnificar cualidades de la persona que se nos ha ido y adornar en demasía los buenos recuerdos vividos con la persona fallecida. Por ello por favor añadamos grandes dosis de realismo. Es bueno y bonito reevivir nuestra historia común quedándonos con buenos recuerdos pero con realismo, aceptando todo lo que fue lo mejor y lo peor, ya que nos ayudará a no prolongar aún más el duelo (echando en falta lo que nunca existió o lo que nunca vivimos con esa persona).



Para comprender la intensidad con la que vivimos el duelo siempre tendremos en cuenta algunas condiciones, como la personalidad del doliente (si se es muy sensible, dependiente, etc.), la relación con el difunto, los duelos previos, tipo de muerte, edad del difunto y de qué manera se ha producido el desenlace.

Generalmente se establecen cinco fases del duelo que son:
1. Negación y confusión, que puede llevar una previa que es el schock según las circunstancias como hemos comentado en el inicio.
2. Sentimientos de intenso dolor con ira y rabia.
3. Negociación y pacto para aceptar la realidad.
4. Depresión.
5. Aceptación.
 

Entre las fases principales a la que la mayoría de las personas se enfrentan tras la muerte de un ser querido podemos señalar la primera que es la fase del schok:






Comienza cuando se muere nuestro ser querido y se prolonga desde algunas horas hasta una semana. Nos sentimos aturdidos e incapaces de aceptar la realidad. Solemos si es que podemos levantarnos de la cama, continuar con nuestras actividades cotidianas de forma casi automática, como si ,” la muerte no fuera una realidad, como si fuera un sueño. En esta etapa aparecen episodios de rabia y el dolor es muy intenso. Falta la respiración, duele el alma, es imposible continuar viviendo.
En la siguiente fase la de negación, anhelo y búsqueda de la figura perdida.

Comienza algunas horas dependiendo de cada persona o días después de la muerte y suele durar algunos meses e incluso un año.

En la medida en que se comienza a sentir la realidad de la pérdida, el llanto es inagotable, el dolor no nos deja respirar, surgen pensamientos obsesivos respecto a la figura perdida (se le confunde en la calle, se le sueña como si estuviera viva, etc.). llamado también “presencia del fallecido”, que puede tener una magnitud tal que aparezcan alucinaciones o ilusiones (oír al difunto, verlo, olerlo, creer que va a entrar por la puerta), son fases de un duelo normal, la persona sabe y se da cuenta de que esto no es real.

Aún cuando la persona sabe racionalmente que su ser querido ha muerto, experimenta un fuerte impulso a tratar de encontrarlo y a la vez de olvidarlo.

Y es entonces, cuando se mezclan, la ira, el dolor, la rabia, la búsqueda inquieta y la ingratitud hacia quienes brindan ayuda.

También puede llegar a sentir culpabilidad por si no se hizo lo suficiente por ayudarle ó salvarle. Se buscan responsables.
Todos estos sentimientos expresan la imperiosa necesidad de encontrar y recuperar a la persona perdida.
Algún tiempo después de la pérdida, al imponerse la noción de la realidad, se intensifican los sentimientos de desesperanza y soledad, la persona acepta
finalmente la muerte y cae inevitablemente en una etapa de, apatía e incluso depresión. Nos invade la tristeza día y noche.







En la fase de elaboración y continuar con la propia vida.
Esta última fase de aceptación se inicia aproximadamente después de un año de la pérdida. Ya nos encontramos en condición de aceptar la nueva situación y somos capaces de volver a reedefinirnos a nosotros mismos, sentirnos personas y enfrentarnos a esa nueva vida, la cual no incluye a la persona perdida.




Aquí disminuyen las oscilaciones emocionales propias de las fases anteriores, existiendo una mayor coherencia interna y estados emocionales más positivos
Esta redefinición de sí mismo es tan penosa como determinante, ya que significa renunciar definitivamente a toda esperanza de recuperar a la persona perdida y volver a la situación previa. Hasta que no se logra esta nueva definición, no pueden hacerse planes a futuro.

En este período aparece una mayor racionalidad tanto para analizar lo sucedido como para considerar sus consecuencias. El dolor psíquico
disminuye, como también disminuyen los altibajos emocionales.

Esta etapa es denominada trabajo de duelo, ya que en ella se revisa la propia relación con el muerto en términos de sí mismo se le define tal y como era en verdad, también nosotros nos fortalecemos y descubrimos nuevas capacidades y cualidades en nuestro interior que han salido a flote después de tanto dolor y superación y también se define la relación real que hubo entre ambos.






Después de un tiempo también pueden establecerse nuevas relaciones que no son vistas como sustitutas o reemplazantes del difunto, sino que como personas diferentes con características propias, la persona perdida no es olvidada, sino integrada como un recuerdo positivo que muchas veces proporciona fuerza interior para enfrentar los nuevos desafíos que trae la vida.

Haremos también una mención a lo que se denomina el duelo patológico, que nada tiene que ver con el proceso natural y normal del duelo ya que el duelo es un proceso, además de normal, necesario. “La evitación del duelo conlleva problemas psicológicos que pueden redundar en formas atípicas o patológicas del duelo”

Durante un tiempo aproximadamente un año es normal tener y sentir sensaciones muy contrariadas y dispares, se mezclan sentimientos de mucha tristeza, llanto, pena, la cual a menudo se combina con ansiedad., aunque experimentamos en otros momentos de realismo y de aceptación algunas
sensaciones de tranquilidad, amor, sosiego, etc.




Pasado aproximadamente un año ó dos si somos incapaces de volver a planificar nuestra vida, apareciendo una triste desorganización tendremos que pensar que estamos dentro de un duelo patológico, este tipo de duelo, suele desarrollarse cuando la relación existente con la figura perdida se caracterizaba por la dependencia. O cuando nos consideramos incapaces de hacernos cargo de nosotros mismos, generalmente por poca autoestima y valía para nuestra existencia.

Podemos darnos cuenta de este duelo patológico con una serie de características que sintamos de manera muy repetida, como son:

o Excesiva sensibilidad y vulnerabilidad ante las experiencias que impliquen pérdida o separación.
o Conductas y respuestas psicológicas hiperactivas, de desasosiego, acelere o necesidad de mantenerse ocupado como si el silencio o la sensación de quietud nos fuese a devorar.
o Temores descontrolados ante la muerte, en especial de los seres queridos
 
o Idealización excesiva de quien murió.





o Conductas rígidas, compulsivas que limitan la libertad y bienestar propio, no querer sentirse bien, ni sentirse merecedor de disfrutar de nada.
o Pensamientos obsesivos y persistentes sobre el muerto y de las circunstancias de la pérdida.
o Dificultad para experimentar las reacciones emocionales ante otros temas.
o Confusión e inhabilidad para articular pensamientos y sentimientos relativos a quien murió.
o Temor a intimidad de la relación con los demás y otros indicadores de dificultad en la vida afectiva relacionados con la idea y miedo de volver a
perder.

o Un patrón de relaciones y/o conductas autodestructivas, entre ellas la necesidad compulsiva de cuidar y proteger a los demás a cualquier costo
emocional.
o Sensación crónica de aturdimiento, confusión y despersonalización que aleja al doliente de su entorno.
o Rabia e irritabilidad crónica unida con depresión.
o Dificultad de hacer relato coherente de la experiencia.

Si necesitamos ayuda para salir de este dolor que nos impide hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra vida, podemos recurrir a profesionales, tanto nuestro médico de cabecera que no ayudará si se presenta sintomatología depresiva y/o angustiosa muy intensa que será necesario el uso de psicofármacos, prescribiendo dosis bajas de antidepresivos para aumentar la serotonina o algún fármaco para rebajar el insomnio y que nos ayude a recuperar el tan necesario descanso y sosiego al menos en las horas de sueño.

Dentro de una terapia convencional, el terapeuta trabajará intentando animar a la persona que sufre el duelo a que exprese sus sentimientos de pérdida y los sentimientos hacia !a persona fallecida.
Se puede optar por terapias individuales, grupales y/o de autoayuda.

Siempre siempre pase lo que pase, no olvidemos que tendremos que cuidar de nosotros mismos, nuestra finalidad en este mundo mientras estemos aquí es la de intentar estar bien, salir de las dificultades lo antes posible y vivir con intensidad lo que nos reste de vida. Es nuestro derecho y obligación el de ser felices.



Agradezcamos a la vida que nos haya topado con ese ser que hemos perdido, nuestra experiencia junto a él o ella nos ha ayudado a convertirnos en el ser que somos hoy.

Dedicado a todas esas
 
personas que están pasando por este dolor punzante, y en especial para ti ¿ ....?. con todo mi cariño, que tu ¿...............? que acaba de partir sigue queriéndote y protegiéndote desde donde esté. Todo pasará te lo aseguro.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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