El líder del partido toma las riendas, realizando un ejercicio de altivez y fanfarronería que implica grave desprecio y falta a la democracia y a las instituciones. Y máxime eligiéndose él mismo el cargo.
A ningún recién
llegado a la política se puede enfrentar a otros políticos, refiriéndose que él
hace lo que quiere y que no le va a mandar nadie, quizás tenga una obsesión
enfermiza de sentirse superior a cuantos le rodean.
Propuestas hay
pocas, el mutismo es total del programa político y las gestiones realizadas, encuentros
con otras formaciones u Asociaciones de vecinos, Notas informativas etc. etc. Si
me centro sólo en la clamorosa ausencia de esa sencillez que adorna a las
personas inteligentes y a quienes están dispuestos a escuchar con respeto los
mensajes ajenos, porque pueden mejorar y/ o complementar los propios y
enriquecer el discurso político.
En lugar de
ello el líder arrogante, demagogo y endiosado olvida algo tan simple que hasta
el humanitario leonismo incorpora a sus señas de identidad: que el liderazgo
exige una gran dosis de modestia y humildad y es incompatible con la soberbia,
el engreimiento, la arrogancia, la egolatría, la altivez o la vanidad.
Un líder narcisista,
fatuo o presuntuoso, con demasiado amor propio, convencido de la propia
excelencia, admirador de sí mismo y enamorado de su persona, será siempre un
líder deplorable. Y además, peligroso.
Puerto de la
Cruz a 28 de febrero de 2015
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